lunes, 6 de mayo de 2013

El concepto de “acción” en la obra de Hannah Arendt: “La condición humana”.


El ser humano a lo largo de la historia siempre ha buscado darle un sentido a su vida, a su mundo y a todo cuanto realiza. Un sentido que lo haga sentirse humano, que lo haga sentirse él mismo entre muchos con quienes, a la vez que se siente igual, en tanto individuo con dignidad y derechos, también se percibe diferente en cuanto a sus características propias, sus ideas y la concepción de la realidad: no es una mera repetición del otro, es distinto y, como tal exige que sea respetado y escuchado.
Hannah Arendt, en La condición humana, justamente reflexiona el tema de la acción buscando comprender y explicar la vida del hombre desde la búsqueda de sentido, la idea de igualdad y distinción entre cada ser humano desde lo cual surge la pluralidad. La pluralidad que será, para la autora, la condición primordial para que se dé la acción y el discurso.
La acción, así, será entendida como esa condición humana de recrear su vida dentro de la pluralidad, de empezar de nuevo, de reinventar la propia vida desde un nuevo comienzo, un nuevo nacimiento en la esfera social (concepción de natalidad). A través de la acción es que se va insertando en ese mundo plural en el cual, el hombre, se da a conocer tal cual es desde su diferencia para, de ese modo, hacerse presente y formar parte de la comunidad humana, no para repetir y ser lo que otros, sino para ser él mismo, para comunicar su propio yo, demostrar quién es y, de este modo, ser un agente social que aparece ante el mundo y no un mero objeto al que se puede tratar como venga en gana, ni un animal del cual se puede disponer en todo momento sin que tenga voz de reclamo. A través de la acción y el discurso, pues, es que la persona va a existir para el mundo y le va a dar un sentido a este mundo.
 A través de la acción también se aparece con cosas nuevas y se va configurando la historia de la humanidad: el hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable[1]. Y por ser la acción una actividad de todo hombre  que implica lo inesperado en los actos humanos facilita, igualmente, que haya convivencias llevaderas entre los hombres pues cada ocasión significa un nuevo modo de vivir y llevar adelante nuevos proyectos: qué tedioso sería una vida rutinaria en la cual no hay novedad, todo es lo mismo, todo es predecible. Ella sería una vida robótica, no humana porque lo humano tiene como característica el ser impredecible y espontáneo. En lo humano siempre está lo novedoso, lo misterioso. Pero ello no es obstáculo para vivir la pluralidad y la vida de relación social. Al contrario, la vida se enriquece.
Hannah Arendt cree que la acción, como la forma del darse a conocer al mundo humano desde su propia identidad, necesariamente necesita de la pluralidad, de los otros, con los cuales intercambiar pareceres y crear esa trama que significan las relaciones humanas y con quienes tomar decisiones que afecten a todos.  Solamente entre los demás hombres es posible la acción y el discurso porque es el único espacio en que cada uno se realiza humanamente y es reconocido como igual, pero también como ser único y a la vez distinto que necesita ser escuchado aun siendo de la condición que sea. Esto último es precisamente lo que actualmente se niega a muchos cuando se los ignora, se les vulnera sus derechos bajo diferentes excusas y calificaciones que no hacen más que negarles la posibilidad de ser parte de la sociedad de gentes libres con todos los derechos. Pero más que parte de la sociedad, creo, parte de la humanidad, miembros activos semejantes a todos que, más que pertenecer a un determinado país, pertenecen a esa gran conglomeración de seres humanos. Por tanto, deben ser tratados como tales mas no como los otros, los desechables, los menos ciudadanos como es el caso de la concepción actual de los estados europeos respecto a los inmigrantes.
El ser humano siempre está en lucha por hacerse escuchar, por tener su propia identidad en medio de la pluralidad humana. Puede ser que esta pluralidad no siempre le sea favorable, pero ahí está intentando unir su propia historia a la historia de la humanidad desde lo que cree, desde lo que piensa y hace: desde sus ideas. Y es justamente que desde sus propias ideas es que entra en confrontación y debates con el resto lo que permite, de alguna manera, su realización al mismo tiempo que su compromiso y el hecho de hacer promesas.
Lo interesante de todo ello y de la característica de la vida humana de  la acción es que esta no es algo terminado. La acción es todo un proceso constante en el ser humano, nunca se agota, como dirá Arendt, en un acto individual, sino que prosigue a lo largo de toda la vida pues toda la vida es acción para el hombre. La acción no tiene fin al igual que el afán de relación que tiene el ser humano. Ello, claro está, amparado en la espontaneidad, en la libertad, en la comprensión, en la capacidad de hacer promesas, en el carácter impredecible de las acciones humanas: en la posibilidad de empezar siempre de nuevo.
En fin mediante la acción se entiende que cada hombre no es la repetición del otro. Cada quien es único, pero al mismo tiempo igual al otro con el cual se comparte la acción y el discurso que es lo propio de cada individuo y que tiene que ver con un nuevo comienzo dado siempre en la relación con los otros, nunca aisladamente, porque sólo en contacto con los otros, en el entrenos, es que se va a lograr el reconocimiento y la representatividad.
 



([1])  H. Arendt, La condición humana, p. 236.