Cambia todo cambia dice la letra de una canción de la
gran Mercedes Sosa. De hecho, nuestro mundo y nuestra vida es así, todo cambia,
todo fluye; cambian los lugares, cambiamos las personas. Y mientras el tiempo
sigue su curso va quedando atrás aquello que en algún momento parecía eterno,
va quedándose en el horizonte lo vivido, tanto lo bello y gratificante, como lo
feo y doloroso. Es el tiempo y la vida que se nos escurre entre los dedos; es
la liquidez de nuestra época, como diría Bauman, que no podemos asir en
nuestras manos y se nos escapa de manera fugaz.
Mientras eso ocurre y el serpentear de la vida sigue sin
pausa, tarde o temprano caemos en la cuenta que hemos caminado y avanzado
demasiado y no hay vuelta atrás. Como dice el viejo refrán, nos topamos con la
irrefutable verdad de que “ha corrido mucha agua bajo el puente”. Y quizá, por
diferentes situaciones, nos hemos dejado arrastrar por esas aguas y hemos
dejado correr muchas cosas. En determinados momentos posiblemente nosotros
mismos hemos sido esas aguas que corrimos bajo el puente con prisa, arrastrando
a nuestro paso las oportunidades, las experiencias e, incluso, las personas. En
otras ocasiones, sobre todo si no tenemos bien afianzadas nuestras convicciones,
ha sido la sociedad que nos ha arrastrado y nos ha envuelto con sus ofertas que
terminan siendo una mentira disfrazada de verdad. En ciertas oportunidades las
personas que creíamos cercanas han terminado siendo esas aguas que nos han
llevado por donde han querido.
Ahora bien, los cambios y el correr de las aguas no
necesariamente tienen que ser negativos. Los cambios nos permiten avanzar, dar
pasos que posibilitan crecer y madurar. Comprender que, aunque no se pueda
tener claridad y certeza de todo, la vida sigue siendo atrayente, y, por tanto,
vale la pena continuar apostando y dando saltos de esperanza en medio de su
fluir y su fugacidad. Valorar que en lo cambiante encontramos la novedad,
experimentamos la alegría de los logros alcanzados, la tranquilidad de haber
llegado al lugar soñado en los tiempos que habíamos dejado atrás, la gratitud y
el gozo de la vocación realizada.
Entonces, entre ese tiempo que pasa y lo que podemos
experimentar en su transcurrir, está la vida. Más aún, entre el pasado que se
fue, el presente que está pasando ágilmente y el futuro que se va gestando, se
mueve silenciosamente esa bendita presencia del espíritu de Dios; aquel que
estuvo en el origen, sigue aún hoy, aleteando sobre las aguas que corren bajo
el puente, posibilitando la vida, el encuentro, la apertura del corazón y la
capacidad de amar, de levantar la mirada y ver más allá de nosotros mismos y
de, incluso, poder nadar contracorriente.
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